jueves, 3 de marzo de 2022

Sherwood Anderson - Tandy

 


Sherwood Anderson - Tandy

Vivió hasta la edad de siete años en una casa vieja, sin pintar, junto a un camino abandonado que arrancaba de Trunion Pike. Su padre no se ocupaba apenas de ella, y su madre había fallecido. Su padre se pasaba el tiempo discutiendo y discurriendo sobre religión. Afirmaba que él era un agnóstico; y de tal manera vivía absorto en la empresa de echar abajo las ideas que acerca de Dios se habían deslizado en el cerebro de sus convecinos, que no alcanzó a ver cómo se manifestaba Dios en aquella niñita que vivía tan pronto en un sitio como en otro, casi olvidada, gracias a la bondad de los parientes de su fallecida madre.


Llegó a Winesburgo un forastero que vio en la niña lo que no había visto su padre. Era un joven de elevada estatura, de pelo rojizo, que casi siempre estaba borracho. A veces solía sentarse en una silla delante de la New Willard House, con el padre de la niña, Tom Hard. Este hablaba, sosteniendo que no era posible la existencia de Dios; el extranjero lo oía sonriendo y guiñaba el ojo a los que estaban cerca de ellos. Se hicieron grandes amigos, él y Tom, y solían estar juntos muy a menudo.


El forastero era hijo de un rico negociante de Cleveland y había venido a Winesburgo con una finalidad. Quería curarse del hábito de la bebida, y pensó que tendría mayores probabilidades de luchar con aquel vicio que estaba aniquilándolo si ponía tierra de por medio entre él y sus amigos de la ciudad y se iba a vivir en un pueblo del campo.


Su estancia en Winesburgo no fue precisamente un éxito. La monotonía con que transcurrían las horas lo llevó a darse con más ahínco que nunca a la bebida. Pero acertó en una cosa. Puso a la hija de Tom Hard un nombre que encerraba un gran sentido.


Una tarde venía el forastero haciendo eses por la calle principal del pueblo, todavía con la resaca de una copiosa borrachera. Tom Hard estaba sentado en una silla, delante de la New Willard House, y tenía encima de las rodillas a su hijita, de cinco años entonces.


Sentado en el andén de madera, se hallaba a su lado George Willard. El forastero se dejó caer junto a él en una silla. Todo su cuerpo tiritaba; y cuando habló, su voz era temblorosa.


Era la hora del crepúsculo y la oscuridad se cernía sobre la población y sobre la línea del ferrocarril que pasaba frente al hotel, al pie de un pequeño declive. A lo lejos, hacia el oeste, resonaba el prolongado silbido de la locomotora de un tren de pasajeros. Un perro, que había estado durmiendo en mitad de la carretera, se levantó y empezó a ladrar. El forastero se puso a charlar sin ton ni son e hizo una profecía acerca de la niña que el agnóstico tenía en brazos.


-Vine a este pueblo para apartarme de la bebida -dijo, y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. No miraba a Tom Hard, sino que inclinaba el busto hacia adelante, con la mirada perdida en la oscuridad, como si estuviese viendo una visión-. Huí al campo para curarme, pero ha sido inútil. Les diré por qué.


Se volvió y miró a la niña que estaba sentada muy tiesa sobre la rodilla de su padre; ella le devolvió la mirada. El forastero puso la mano sobre el brazo de Tom Hard.


-No es la bebida mi única debilidad -dijo-. Tengo otra. Soy un enamorado y no he dado todavía con un objeto para mi amor. Esto tiene mucha importancia, y usted lo comprenderá si tiene suficiente experiencia para ello. Por esto es inevitable que yo acabe mal. Son pocos los que lo comprenden.


El forastero se calló como abrumado de tristeza, pero lo despertó un nuevo silbido de la locomotora del tren de pasajeros.


-No he perdido la fe. Lo digo muy alto. Pero he venido a parar a un lugar en el que nadie comprenderá mi fe -dijo con voz áspera. Dirigió una mirada intensa a la niña y empezó a hablar para ella, sin prestar atención al padre-. Esa mujer vendrá -dijo, y su voz se hizo ahora aguda y ansiosa-. Pero cuando llegue ya habré partido yo. ¿Te das cuenta? Las horas de nuestra cita no coinciden. Sería cosa del destino que hubiera dado yo con ella precisamente en una tarde como ésta, estando yo destrozado por el alcohol. y siendo ella tan sólo una niña.


Las espaldas del forastero empezaron a temblar violentamente; intentó hacer un cigarrillo, pero se cayó el papel de sus dedos temblorosos. Se puso furioso y gruñó:


-Creen que no tiene mérito el ser mujer y hacerse amar, pero yo sé muy bien lo que eso significa -exclamó, y se volvió otra vez hacia la niña-. Yo lo comprendo -dijo-. Tal vez soy yo el único hombre que lo comprende.


Su mirada vagó otra vez por la oscuridad de la calle.


-La conozco aún sin haberla visto nunca -continuó suavemente-. Conozco sus luchas y sus derrotas. Es precisamente por esas derrotas por lo que resulta para mí el único ser amado. Desde ahora las mujeres tendrán otro rasgo distintivo nacido de sus derrotas. He discurrido un nombre para esa condición. La llamo Tandy. Discurrí este nombre cuando yo era un soñador auténtico y antes que mi cuerpo se envileciese. Es la condición de ser fuerte para ser amada. Es algo que los hombres necesitarían encontrar en las mujeres, pero que no lo encuentran.


El forastero se puso en pie y permaneció frente a Tom Hard. Su cuerpo se balanceaba atrás y adelante y parecía que iba a caerse; pero lo que hizo fue arrodillarse sobre la acera y llevar las manos de la niñita a sus labios de borracho, besándolas con éxtasis.


-Sé Tandy -le díjo ansiosamente-. Atrévete a ser fuerte y valerosa. Ese es el camino. Arriésgalo todo. Ten valor suficiente para atreverte a que te amen. Sé algo más que un hombre o mujer. Sé Tandy.


El forastero se levantó y se alejó tambaleándose por la calle. Uno o dos días después subió a un tren y regresó a su casa de Cleveland. Aquella misma noche de verano, después de la conversación frente al hotel, Tom Hard llevó a la niña a la casa de un pariente que la había invitado a pasar la noche en su casa. Caminando por la oscuridad, bajo los árboles, se olvidó de la charla del forastero y volvió a concentrar su pensamiento en la búsqueda de argumentos capaces de destruir la fe de los hombres que creían en Dios. Llamó a su hija por su nombre y ésta se echó a llorar.

-No quiero que me llamen así -declaró-. Quiero que me llamen Tandy, eso es, Tandy Hard.

La niña lloraba tan desconsoladamente que Tom Hard se enterneció y se puso a consolarla. Se detuvo bajo un árbol, la tomó en sus brazos y empezó a acariciarla.


-Vamos, sé buena -le dijo vivamente, pero ella no se tranquilizó. Se entregó con abandono infantil a su dolor, y su voz rompió el sosiego nocturno de la calle.


-Quiero ser Tandy. Quiero ser Tandy. Quiero ser Tandy Hard -exclamó, moviendo la cabeza y sollozando, como si su energía infantil no pudiese sostener aquella visión que las palabras del borracho habían despertado en ella.

domingo, 2 de enero de 2022

Varios - Versos galantes II

 


(Cartón de Kemch, de su serie XXX)

Versos galantes II


(Varios autores)


*

A los toros fue José

marido de Salomé,

pero, ¡cuál sería su traza

que al verle el diestro en la plaza

le mató de un volapié!

*

Yace aquí una tal Guillerma...

Dicen que era cortesana

y en menos de una semana

puso media Corte enferma.

*

-Di, ¿cómo el bestia Tomás

de hacer un discurso acaba?

-Es que un francés le apuntaba.

-Y ¿por dónde? -¡Por detrás!

*

He aquí los restos mortales

de una mujer de talento

en cosas municipales,

es decir, de ayuntamiento.

*

Pensó en la difunta esposa

y "¡Ay, de todos fue querida!"

gritó Juan con voz llorosa;

y el hombre no dijo cosa

más verdadera en la vida.

*

-Señor vicario, le pido

que me divorcie, decía

Juana, porque mi marido

me maltrata cada día.


-Cierto será; pero extraño

no verte golpes jamás.

-¡Es señor, que todo el daño

me lo causa por detrás!

*

Perdió al final de su viaje

un bulto cierto viajero,

y entre airado y lastimero,

al reclamar su equipaje,


decía, haciendo un insulto

a la moral y a la empresa:

-Yo no me voy de esta mesa

sin que me busquen el bulto.

*

De parto estaba, y penoso,

la pobre mujer de Lucas;

ponía el grito en los cielos,

sordos a sus quejas muchas;

Lucas también se quejaba

de verla en tanta apretura;

y ella, para consolarle

le dijo: -No me consumas;

no llores por mis dolores,

que tú no tienes la culpa.

*

A encerrar un gato pardo

que mayaba en un desván

subieron con grato afán

Concha y su primo Bernardo.


Sin duda al primer encuentro

la niña cogió al tal gato,

porque exclamó de allí a un rato:

-¡Madre... ya lo tengo dentro!

*

Un mango para un cuchillo

mandó comprar a su esposo

doña Juana; y el buen mozo

metiósele en el bolsillo.


Sonrió al verlo cierta moza

y él, que lo tomó a insulto,

dijo: -Señora, este bulto

es el mango de mi esposa.

*

(Continuará)